martes, 27 de enero de 2009

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Entonces pongámonos de acuerdo, cuando pasa algo malo, lo olvidamos. Lo dejamos de lado, borrón y cuenta nueva, se omite, se margina, se pierde la memoria, se deja en el tintero. Se arrincona, se posterga, se niega y por último se calla. Que mala costumbre esa de callar, enmudecer, disimular, ocultar, echar un candado a los labios. ¿Dónde aprendimos eso? No tengo ganas de creer que es parte de nuestra insufrible genética, mejor prefiero conjeturar con que es un sencillo hábito. Yo sé que no se cura, pero si se puede tratar. Me refiero a esta mudez ligada a ese alzhéimer consentido que se busca para empezar de cero. Eso es lo que ustedes creen aprendices atrasados de intentos de perspicaces. No borran nada, eso es solo lo que pretenden, pero esta desmedidamente alejado de la realidad. Todo lo que se calla se acepta, todo lo que se acepta se tolera y todo lo que se tolera es parte de uno indefectiblemente. Entonces sin más preámbulos, todo lo que se tapa se guarda. Se almanacena, se conserva, se retiene. Muy bien, atesoren sus silencios pero aténganse a las consecuencias. Un día se van a despertar y todo lo que no dijeron se va a chamuscar, a achicharrar, a carbonizar, a calcinar, a incendiar, a arder. Y no es bueno jugar con fuego. Porque al principio todo es fogata pero la hoguera crece y los daños y perjuicios terminan en catástrofe. Yo no pienso apagar sus incendios, ni yo, ni nadie. Desgraciados infelices, háganse cargo, francamente no me importa su fúnebre discurso, hablen ahora o quémense para siempre ...

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